martes, 13 de agosto de 2013

Y otro paréntesis (más agosto)

Otra pequeña desconexión, tres días de cura de reposo en entorno rural, para mí, urbanita irredento. A ver si ahí me estabilizo algo, que falta me haría. No sé si haré alguna entrada ligera para este formato, según lo que encuentre, o si todo irá por las vías rápidas de Twitter y Facebook. O ni eso, o lo que dispongan los caprichos de las posibilidades de conexión. 

En fin, a la vuelta tocará repasar Santiago 2013. Toda etapa del año anterior ha tenido su nueva visita más una añadida. Ya adelanto dos cosas que marcarán esos textos. Mi ánimo en esta ocasión fue muy distinto, más bajo, no he "desconectado", no vuelvo con las pilas cargadas. Culpa mía, no de Santiago, pero se notará en los escritos. Y segunda, esa suma de operaciones que está etiquetada como "crisis" ha golpeado muy fuerte allí en el lapso justo de un año, o al menos eso me ha parecido. Claro, esto también se notará en cada entrada. Vuelvo con una sensación sombría, no sé. Espero no reflejar cosas que sólo sean producto de mi imaginación y espero que al compartirlas alguno de vosotros me dé otra perspectiva. O no, quién sabe.

Hasta la vuelta.

sábado, 10 de agosto de 2013

Reconstrucción. A Tafona (2012)

Este año la visita adoptó forma más modesta pero no dejé de volver a la gran sorpresa del pasado verano, a un sitio que me hizo sentirme tan bien.



Sin expectativas singulares, intencionado pero sin la ansiedad de las grandes citas, A Tafona acabaría siendo la gran sorpresa gastronómica de este viaje, la satisfacción de conjunto mayor. Sé que esto puede ser injusto por demasiado subjetivo, que influyen factores ajenos al restaurante y que la valoración no quedará ecuánimemente ponderada con otras. ¿Y qué? Yo no soy crítico profesional, narro mis experiencias, no aspiro a guiar a nadie con ellas, sólo a compartirlas. Así que debo compartir este sitio tal y como yo lo disfruté.


Seguramente ya estaba abierto en mi anterior visita pero entonces no lo recordé. Y es que ya tenía una pista para interesarme por A Tafona. Uno de los cocineros había trabajado con Pedro Martino, grande entre los grandes de los fogones de Asturias y principal causante de esta afición mía por la buena mesa renovada e inquieta, así que tenía que probar esa cocina, esta vez no iba a olvidarlo.


A Tafona, que es restaurante del hotel del mismo nombre, es un discreto local con entrada lateral pero observado por el mismísimo mercado de abastos de Santiago, no puede quedar más clara la relación con el proveedor. También valdría decir que amenazado por su sombra, por la alargada sombra del emergente Abastos 2.0, donde no comí pero tomé una caña con un amigo y compañero de afición, J. L. Louzán, y donde hablamos de esta visita mientras bebíamos y tomábamos el aperitivo en un andamio (sic). Galicia es así de pintoresca. Precisamente él comería ese día y yo tenía reservado para el siguiente, y “amenazó” con prepararme el terreno, usando la confianza con la casa y siempre dentro de la broma.


Pues bien, cuando al día siguiente llegó mi momento ya sabía por muchas fuentes lo aconsejable que era el menú de este restaurante, muy contenido en precio y que exprime lo mejor de cada producto sin poder excederse para respetar costes y márgenes. Prueba dura para un cocinero, tiene que demostrar saber hacer y poner mucha voluntad. Son gestos especialmente adaptados para tiempos como los que nos están haciendo pasar. Pero yo iba con ganas de celebrar, y hasta me apetecía ser más generoso con la casa, así que me metí a buscar en su carta.


Puedo dar fe igual del valor de ese menú, porque como aperitivo, ya que si no no iba a probarlo, me ofrecieron un ravioli de jamón asado sobre caldo de ibérico -que era uno de los primeros en opción- sabroso y contundente. Si pienso en la ración completa de aquello entiendo de sobra los elogios que recibe esa fórmula. Como lo entendían tantas personas en las mesas de alrededor que lo estaban tomando. Pero yo había venido a mi propia fiesta, sigamos.


La botella de As Furnias abierta ya en mi mesa, ese ravioli, las fotos casi furtivas… En aquel comedor interior me sentía francamente cómodo, como en casa, como en aquellos de los que ya considero amigos y visito con más frecuencia. Nos amoldamos enseguida.



Y así llegaron las verduras salteadas con chocos de la ría. La única sombra que hubo en toda mi comida fue una consistencia algo dura de estos chocos, por lo demás sabrosos. El punto de las verduras, impecable; la combinación, conseguida; la ración, abundante. Poco más que pedir.



Al bonito de Burela con gazpacho de fresa ya no se le podía poner pega alguna, ni de consistencia, ni de punto, ni de sabor, ni de armonía, ni de abundancia. Se abrazó al vino para bailar juntos estupendamente, además. A estas alturas sentía una gran comodidad, una placentera, tibia sensación de hogar. Y en cambio lo mejor todavía no había llegado. Satisfecho con los dos platos, dentro del riesgo que corres cuando eliges pocas cosas (por eso en parte me gustan los menús degustación: más opciones para acertar, para remediar algún fallo), ya no le pedía apenas más a aquella comida pero…




Como coloquial forma de ofrecerte algo más me preguntaron “si era de postres”, a lo que contesté que sí. Y claro, Lucía Freitas, que hasta entonces me había atendido, ignoro si con algún recelo ante un aficionado solitario con ademanes de gourmet, vio su oportunidad de soltarse. Me pidió carta blanca para esa parte del menú, la suya, la de su elaboración, y se la di. 

En lugar de un postre desfilaron por la mesa tres degustaciones perfectamente ordenadas y armonizadas. Desde fruta de la pasión, mango y rosas, fresco, ácido, con la virtud de limpiar y despejar paladares, colorista y sabroso, pasamos a un homenaje a la ciruela a base de flan, crema y helado, todo de dicha fruta. Más denso, más dulce, pero todavía ligero, fresco. Y el remate lo puso un chocolate, café (helado) y crema de orujo, casi un paso a la sobremesa él solo (postre, café y copa). El fuerte del conjunto, sabores marcados, consistencia más saciante. Final perfecto. La sonrisa infantil que pueden sacarle estos sabores, sus evocaciones, a un aficionado ya estaba en mi cara para quedarse un buen rato.



 
Y de esta sencilla y sabrosa manera fue como salí inmensamente satisfecho de una comida a la que sólo le pedía cumplir con dignidad. Hizo mucho más que eso, de ahí el excelente recuerdo y la insistencia en sugerir esta casa a mis amigos a la vuelta.


Este es la última entrega de este verano ya lejano en Santiago. Decidí articularlas todas igual, con el restaurante principal y algún local sugerente por el motivo que fuera, asociado a esa misma sensación sin otro vínculo, ni de fecha, ni de ninguna clase. Así que al grato recuerdo de A Tafona tengo que asociar los otros dos, bien distintos, que me dejaron los mejores momentos de esa semana en Compostela, qué menos.


[Suprimido íntegramente el párrafo dedicado al antiguo Descorche, ya que la línea actual del local no tiene nada que ver con la de entonces]


Y como es el final, aportamos algo extra, no sólo una sugerencia complementaria; esta vez, dos. También existe la noche, aunque no hace falta esperar a ella, pero si apetece esa última cerveza, esa copa antes de ir a dormir, la música, la posible sorpresa y algo de magia es fácil que paren por Casa das Crechas. Por lo menos, yo las encontré casi todas las noches. Aquí no explicaré nada más, que cada cual piense qué busca y se disponga a encontrarlo, que ese momento es muy íntimo, cada uno sabrá cómo lo quiere llenar. Hora de balances y de proyectos, hora bruja, melancolía a la que empujan ilusiones, sueños… Cosas muy personales.

jueves, 8 de agosto de 2013

Reconstrucción. Casa Marcelo (2012)

Por más que el local siga existiendo ha dado un giro, un cambio bastante grande respecto a lo que era hace un año, como muchos sabréis. Por eso me gusta que quede reflejada esta experiencia del antiguo Marcelo.



En este caso ya está adelantado buena parte del contenido del artículo, ahí, a la vista, en la foto.


Si visito Casa Marcelo ya voy con unas expectativas altas, con otra exigencia. Sé un poco lo que esta casa puede dar y no espero menos. Ya conozco el restaurante y sus particularidades, su cocina vista, su menú único… Tengo la impresión, respecto a otra visita anterior, que este menú se ha “pegado a la tierra” un poco más, que tiene menos audacia, menos experimentación, y más platos con referencia tradicional. Están de aniversario y quizá es un momento de reflexión, tal vez eso les lleva a enfocar así su propuesta. O tal vez sea sólo una sensación mía.


Me acomodaron en una mesa de primera fila respecto a la cocina, así que, comensal solitario, pude observar todo el pase con detalle. A cambio me faltaba algo de luz en la mesa, lo que se reflejará en las fotos. Os pido disculpas por anticipado. También he de reconocer que fue la comida más “interactiva” que recuerdo en tiempo, ya que a unos amigos se les ocurrió enviarme noticias de lo que estaban bebiendo en ese momento y empezó un intercambio de mensajes, fotos de platos y otra serie de diversiones sólo comprensibles para los aficionados a todo esto. No negaré que lo pasé bien, que para eso eran mis amigos, pero me restó concentración en el menú. No obstante, no creo que esto haya sido grave, ya que el balance total va a ser muy bueno.

Empezamos a comer. El aperitivo, las fresas con Campari y sorbete de perejil, fue una buena forma de abrir el menú. Muy fresco, con un punto amargoso que anima a continuar con alimentos, quizá hasta excesivo en sus contrastes de sabor, pero me gustó. Un plato para sesión vermut, para antes de comer, esa es la idea de aperitivo en sentido puro. Acierto.


También empezamos a beber el Varnier-Fannière 2007 que acompañaría toda la comida, sin destellos pero versátil, fresco y con cuerpo para afrontar tantos cambios como puede aportar esa cocina. Satisfactorio.


La ensaladilla de merluza merece mucha atención. Un plato planteado en esa forma, al principio del menú, puede pasar desapercibido, ser considerado menor, y en modo alguno. Es una declaración de intenciones: producto soberbio, tratamiento original, capacidad y voluntad. De hecho, la foto no le hace justicia, no refleja en su aspecto el derroche de sabor y frescura que aportó.



De un plato frío a uno templado, el capuchino, presentado en taza. Aromático, amable, fácil de tomar y confortable. Mucho que ofrecer en tan poco tamaño.


¿Os habéis fijado en el final del menú, en la letra pequeña? El pan, ese punto débil en tantos sitios, es aquí un niño mimado. Te surten de varios de muy buena calidad. Y sin embargo reconozco que yo, gran consumidor de pan, tomé muy poco para mi costumbre con estos platos. No sé, hubo algo en ellos que no me pidió tanto pan. Una lástima, ya que insisto en su calidad excepcional, por encima de la media.


Aquí llegamos al punto conflictivo del menú, el cabracho. Mi foto salió tan mal que no procede adjuntarla, pero os sugiero rastrear por ahí, que enseguida encontraréis alguna. Ahí veréis el bicho mal encarado y firme sobre un adoquín, sin más. En primer lugar, a mí no me atrae visualmente (no lo serviría en una mesa con niños, que igual se asustan) . Y en cualquier caso es un plato incómodo de comer y sucio. No entra en mis códigos lo de comer con las manos y la mesa acaba llena de restos del pescado en cuestión, lo que requiere su limpieza adicional, más las toallitas para las manos del comensal y excursión al lavabo a completar la tarea. Tengo que decir a cambio que la técnica de fritura es la mejor que yo conozco, a salvo de maestros del sur a los que no he visitado. El pescado era sabroso y venía impecablemente sellado, sí, pero la incomodidad superó estos aspectos. En fin, si es el único pero en el menú se puede asumir, ¿no?

El calabacín servía para limpiar un poco el paladar después de la fritura y cambiarte la referencia otra vez, hacerte dudar qué rumbo tomará el menú. Y el rumbo es el de otra excelente sardina, soberbia. Veréis incluso las anotaciones a mano que reflejan el cambio: no iban esos pimientos como plato exento sino un falso pimiento como compañía de los lomos de sardina brillantes y sabrosos. Tan simple, tan rico.


El ravioli de rabo tenía una presentación poco afinada quizá, pero a quién va a importarle si está tan sabroso. Otro plato redondo, familiar, amable.


Estructura clásica de doble postre, donde el primero es fresco, ácido, cortante, y el segundo más graso, dulce y denso. Cumplió a la perfección esa limpieza de paladar la sandía, sin dejar de aportar sabor, no sólo frescura. Y ya el culmen lo alcanzamos con su interpretación de la tarta de Santiago, deliciosa.




Ya me diréis si os queda también esa impresión, de menú con raíces, de clasicismo con formas puestas al día. Lo que me toca decir a mí es que todos estos platos, servidos con buen ritmo, amabilidad y detalle, construyen un menú confortable, te hacen sentir bien. Sales satisfecho y te das cuenta de que son muchas las piezas que forman una gran casa gastronómica, como Casa Marcelo.


Como sugerencia paralela, según la costumbre de estas entradas sobre Santiago, hoy aportaría Kunsthalle. Local con cuidado diseño que, además de otras iniciativas culturales, también acoge un espacio gastronómico para comer de manera informal o para probar vinos interesantes o poco conocidos, como hice yo. Aunque de lo probado me quedo con The flower and the bee, ese blanco modesto y honesto de Sebio, que se suma a varios suyos que me gustan.


En fin, otra buena etapa de este camino, que termina en lo que se refiere a estas crónicas en la siguiente. Seguimos caminando, errantes.

martes, 6 de agosto de 2013

Reconstrucción. Acio (2012)

Seguimos el repaso a la visita a Santiago de hace un año, mientras paladeo la de este.


Hacía calor ese día y fue un placer entrar en Acio, en esa sala informal y fresca, sentarme en esta mesa con la vista directa de su huerto y observar el dorso de Santiago desde el singular eje gastronómico que es la calle Galeras.
 
Sin más, vamos a hablar de comida, del menú propuesto. Ya decidido que será su menú degustación, mientras comento con Eva Pizarro la mejor opción de vino llega a la mesa un mejillón con espuma de escabeche a modo de aperitivo. Muy rico. Es lo bueno de contar con profesionales sensatos, que la información que te dan sí ayuda, sí es útil. Gracias a ella la elección del vino -del que hablaré luego- fue un acierto aunque corrimos cierto riesgo.

El menú, además de construirse con productos de temporada, con lo mejor que ofrece el mercado en el rango de precios correspondiente, estaba pensado para el calor de esos días, se podría calificar de menú fresco, cosa que agradecí mucho. Como fresco era el sashimi de ventresca de atún con el que empecé, ese emplatado sobre la hoja que veis al margen. Y como fresca era también una ensaladilla sui géneris que jugaba con diferentes texturas y presentaciones de los ingredientes tradicionales de la misma. Ambos platos ligeros, refrescantes, con efecto casi de limpieza sobre el paladar.


Y llegó entonces la estrella, ese pincho que tantas alegrías dio a esta casa (y a sus clientes, claro), ese pincho crecido hasta hacerse plato, la sardina de San Xoan. La sardinilla que ya tenía un tamaño considerable, como podéis apreciar y como me comentaron en sala. Sigue siendo igual de deliciosa, producto modesto y honesto, sabor pleno. Una de las escasas ocasiones en que me gusta comer algo con la mano, acostada sobre esos pimientos y ese pan magnífico.




Tras este repecho graso y salado volvemos al fresco con el pulpo con helado de vinagre y melocotón, plato colorista, con toques ácidos, que hace de cortante para pasar a los principales.


Casi es obligado que sea el bonito de Burela el que represente al pescado principal, dada la querencia de la casa por los pescados azules y por ese tratamiento somero, sin excesos de calor. Pues bonito marinado con jugo de ensalada y macadamia, en un punto perfecto, con sabor y con contraste para domar la potencia del pescado. Seguimos comiendo buenas cantidades sin fatiga, gracias a unos tratamientos muy bien escogidos para la estación. Esa es una faceta de una buena cocina, no es azar.


Por costumbre correspondería una carne y la hubo, pero camuflada, también aligerada para no perder el “ritmo térmico” del resto del menú. Arroz meloso de capón, con una presentación menos agraciada pero lleno de sabor, quizá el plato más “pesado” del menú, entiéndase en sentido casi musical, la pieza de instrumentación más densa, con más graves.

Hablaba antes del vino y del consejo. El vino fue un Salvaxe, que casi nos había asustado, como su nombre, en Tui, en A emoción dos viñosAsí que era arriesgado, podía ser demasiado agresivo aún para el menú, pero el comentario de Eva Pizarro sobre una botella abierta recientemente y su evolución fueron suficiente aval. Nariz floral limpia, fruta blanca, notas de melón. Acidez y un toque amargoso al reposar. Muy bueno, llenaba la boca y la limpiaba a cada trago. Sorprende su “domesticación” en tan poco tiempo. Los vinos singulares de Sebio me gustan.


El remate dulce vino con dos postres, el llamado Jardín, gelatina de maracuyá con frutos rojos, y un milhojas de cacao. Ambos cumplieron su cometido.


Mientras, mi vista se iba una y otra vez a esa ventana, ensoñación, planes para más tarde.


¿Qué podría proponeros para el mismo día de una comida así? Pues lo que me descubrió J. L. Louzán, amigo y bloguero del confín de esta tierra, Casa Pepe, una vinoteca discreta, perfectamente enclavada cerca del mercado, con muchas cosas interesantes que ofrecer. Me habría pasado desapercibida sin su sugerencia, gracias. Antes de comer o de tarde, dejaos caer por allí y preguntad por su oferta de vinos por copas. Seguro que algo os llena.


domingo, 4 de agosto de 2013

Reconstrucción. Pedro Roca (2012)


Esta es la visita a Pedro Roca del pasado año, en este voy con otro planteamiento, la experiencia lo pide. Mantengo además un párrafo al final del texto sobre A viña de Xabi pero tal local cambió de manos, de gestión, por lo cual esa valoración se ha quedado congelada referida a la etapa anterior, casi al final de aquella trayectoria. Hablaré de la actual para rectificar, para poner la información al día.


Empiezo aquí el detalle de restaurantes visitados en Santiago, para lo que no seguiré el orden en que yo fui ni las sugerencias que acompañan serán más que eso, pistas, no necesariamente corresponden a lo que hice ese día. Es decir, el viaje desmenuzado como en piezas de un puzle que vuelven a encajar de otra manera.


Ya había visitado Pedro Roca hace tres años y en aquella ocasión, por las mismas fechas, mantenían el menú degustación, el llamado entonces Menú plaza de abastos. Ahora parece que durante el verano sólo lo elaboran por encargo. El detalle tiene importancia porque aquel menú, además de muy apetecible, era una oferta muy ventajosa en precio.


Un salmorejo con pulpo, fresco y sabroso, hizo de aperitivo, mientras yo recorría el local con la vista y recordaba aquella visita pasada. Ningún cambio reseñable en la sala, cómoda aunque quizá algo fría.

Como entrante pedí navajas con judías verdes y jamón, y aunque destacaba bastante la sal de este, el contraste con las untuosas navajas, deliciosas, y con la verdura, al punto, hacía un conjunto eficaz, armónico. En algún comentario lo he leído, y yo mismo lo afirmé la otra vez, que el precio de los platos de carta puede parecer alto, pero en su defensa hay que decir que el producto es de primera y que las raciones son muy abundantes. En realidad eso se nota más con los principales. La carta está estructurada con la idea de compartir entradas y cargar el peso de la comida sobre el plato central. Si es una comida compartida esto también mejora el precio que pagas. Pero yo viajaba solo, qué vamos a hacer.

Mi plato principal fue el calamar de anzuelo con cebolla confitada y arroz con champiñones. Impresionante la consistencia, el punto de los calamares; excesiva en mi opinión la cebolla confitada aunque bien domada en su sabor, y sabrosísimo y bien hecho el ingrediente sorpresa, el que no venía enunciado en la carta, ese arroz.


Rematé el menú con una tartaleta de fresa con yogur, sencilla y muy rica.


De contentar a la copa se encargó un Lagar do Merens 2010, un Ribeiro cumplidor que fue bien con la comida.


Tranquilidad, la vista se me iba hacia el ventanal, hacia el viento que fuera quería refrescar Santiago pero no podía.




[Como estamos ante una restauración solvente aunque sin riesgos, me apetece proponeros como pista en este post A Viña de Xabi, una vinatería que creo pionera en la ciudad en introducir variedad y calidad. Hoy día pienso que también ha disminuido su audacia, se ha dejado adelantar. Falló en la conservación y la temperatura de los vinos por copas y presenta una pizarra extensa pero con poca profundidad, muchos vinos variados, no demasiado interés. No obstante, un negocio es para todos los públicos, no para los aficionados extremos. Así que, como además brinda la posibilidad de picar algo y tiene bastantes botellas que no sufrirán el problema de las abiertas para chatear, creo que es oportuno que deje la referencia.] Téngase en cuenta lo que digo en el encabezamiento, esta opinión ya no corresponde a la situación actual del local, valga como testimonio del camino que había tomado entonces. Por suerte, el actual es radicalmente distinto, con vinos espléndidos muy bien tratados. Quien lo llevaba de aquella pensaba dejarlo y quien lo ha cogido después era la mejor apuesta en este terreno ya en ese momento.


Primera pieza del puzle. Vendrán más.

viernes, 2 de agosto de 2013

Reconstrucción. Cuaderno de viaje, Santiago de Compostela

En estos momentos estaré de vacaciones precisamente en Santiago de Compostela, ciudad que además necesita ahora un apoyo adicional. Buena ocasión para recordar lo que viví hace un año y compararlo luego con la actualidad, en cuanto regrese y me ponga a ello. Porque algunos pasos se repetirán y otros cubrirán lo que quedó por andar. He ajustado un par de párrafos que ya no tenían sentido ahora pero mantengo y sostengo el resto de lo escrito. Esto sucedía hace un año, ¿y ahora? Hola, Santiago, ya estoy aquí otra vez. ¿Qué tenemos que decirnos?


[...]
Santiago es una de “mis” ciudades, de las que tengo en la intimidad, de las que vivo, no visito, a las que me une una relación humanizada, como si de personas se tratara; puedo amarla, podemos discutir, enfadarnos quizá, nos reconciliaremos con seguridad. Y conste que, al igual que las personas, no son muchas las ciudades que tienen la capacidad de llegarme tan adentro.

Muchas circunstancias adversas, cierto. Ola de calor, con dos días de temperaturas muy altas, para mí, que considero desagradable lo que pase escasamente de veinte grados. Después -así es Galicia- dos días con lluvia molesta para deambular por ahí. Un alojamiento deteriorado por el paso del tiempo y la falta de presupuesto, incomodidad para dormir. Gente, mucha, muchísima; muchísima para mí, que soy un poco misántropo. ¿Y qué? Pues que no me importó, que nada pudo quitarme la ilusión de vivir Santiago otra vez durante una semana.

Pasear sin rumbo por el casco histórico, esquivando la corriente humana. Volver a fijarme en los rincones menores, los que no saldrán en los folletos de turismo. Comer, beber, ¿amar? También, que la pasión tiene muchos nombres.

Museos, monumentos singulares o menores, exposiciones. Volver empapado de Eugenio Granell, de cuanto le están dedicando a su centenario. Dudar, dudar mucho tras visitar la Cidade da Cultura, proyecto muy pensado en el que creo que la razón falló al pasar de un sueño plástico al uso, que costará que tenga vida como su gemela ciudad vieja tiene de sobra.

Comer. Acio, A Tafona, Pedro Roca, Casa Marcelo. Los previstos, ya probados y seguros o sorpresa grata; todos ellos tendrán su monográfico, su espacio propio en este blog de gastronomía al fin y al cabo. No hubo ocasión para Abastos 2.0, sólo para tomar una caña y un aperitivo allí en compañía de J.L. Louzán, amigo y compañero de afición en esto de los blogs sobre comer y beber. También la experiencia menos buena de Garum, con demoras entre platos demasiado amplias, con temperaturas fallidas… No voy a juzgar por  una sola visita, de todos modos. Aparte, los aperitivos abundantes, el buen aspecto de las propuestas de Kunsthalle, aunque no llegué a probarlas, magdalenas o chocolate de Doce, helados de El Coral…

Beber. [...] Este párrafo requería tanta revisión que lo omito. Qué rápido cambia el mundo del vino. Hoy mismo lo revisaré con un amigo que lo conoce bien y podré después dejar un "estado de la cuestión" actualizado. Hablaba entonces de la riqueza de Descorche y de la decadencia de lo que había sido un buen sitio, A viña de Xabi. Hoy se han invertido esos términos por una serie de cambios en la gerencia de los locales, algo que tengo que probar cuanto antes. Citaba también el fondo de bodega de Casa Pepe. Quizá es la que mejor se mantiene pero también nota la merma de ventas y lo refleja en menor audacia. En fin, veremos qué más.

Amar. Dejar libre la pasión por un paisaje, por una piedra que retiene la vida desde hace siglos. Buscar esos refugios nocturnos con una música que me diga algo. Pensar, soñar. Encontrarme por puro azar con conocidos, con amigos. Aislarme para ajustar cuentas conmigo mismo, y a la vez mantener un hilo digital (alguna vez la tecnología me aporta ese calor) de conexión con mi gente. Recordar otras visitas, con otra gente. Recordar lo que pudo haber sido pero sin nostalgia, con las ganas puestas en lo que todavía puede ser.

Días intensos, muchas buenas experiencias que ya van camino del recuerdo. Poco a poco contaré más detalles de algunas, de las que atañen a la buena mesa, más lo que de paso pueda venir a cuento.

Apuré la copa hasta el fondo, hasta el último momento. En el monte Gaiás, frente a una naturaleza crispada, firme en aquella tierra, la cara al viento y bajo la lluvia, el fuego son mis propias ideas y sentimientos, te miré desafiante y te propuse un trato, te pedí una cosa. Yo empeñé mi palabra. Ahora recuerda que me debes algo, ciudad, monte, magia.

jueves, 1 de agosto de 2013

Paréntesis

En poco tiempo me echo a la carretera rumbo a Santiago, parte de mis vacaciones. Esto estará algo menos atendido pero no cerramos, qué va. Hasta que las andanzas por allí me den nuevos motivos para escribir aprovecho para seguir con la recuperación de artículos perdidos, y quiere la casualidad que los siguientes en orden sean los de hace más o menos un año dedicados a esa misma ciudad, a locales de allí. Así que los iré insertando para recordar y servirán de comparación cuando la visión renovada se publique. 
 
Disfrutad, igual que espero hacerlo yo. Nos seguimos leyendo.
 
Salud.