Otro 26 de enero, Australia Day. Y aunque cueste creerlo hay un sitio en Oviedo donde es fiesta, a tantísimos kilómetros de aquel país. Como cada año, el fin de semana más próximo a esa fecha significa celebración especial en La Tabernilla, un modesto local de un barrio de la capital asturiana. La explicación es más clara de lo que parece. Rafa, que junto a su esposa lleva este establecimiento, fue emigrante en Australia y tiene bien presente su otra tierra. A partir de este hecho empezó una iniciativa para conmemorarlo y para animar el local en una fecha tan mala para la hostelería como suele ser enero. Y aquí estoy yo como casi todos los años. Alguno ya estará pensando y me dirá con razón: "pero Jorge, si estás siempre despotricando contra la comida exótica, ¿qué haces tú ahí?". Intentaré explicarlo en los próximos párrafos.
Queda ya apuntado que hay una justificación emocional para hacer algo así en este sitio, de acuerdo, pero hay más atenuantes para que yo haya participado y esté ahora comentándolo. En primer lugar no conozco la cocina australiana pero sí sé cómo se preparan estas jornadas. Luci, cocinera esencialmente autodidacta, adapta algún ingrediente de allí a recetas de ese recuerdo familiar y a los medios con que cuenta aquí. Además, ante una gastronomía hija de múltiples inmigraciones, la identidad puede ser diversa, así que lo que presentan no resulta tan ajeno a nuestro entorno cultural. Y en segundo lugar, estas jornadas son más que nunca una fiesta. Congregan a la escasa presencia aussie que puede haber por aquí con algún otro angloparlante residente y con la clientela habitual, tranquila y poco dada a excentricidades, así que lo fundamental es compartir y divertirse en torno a una mesa, unos platos y unas botellas de vino, no convertirse en embajadores de la gastronomía australiana. Aunque casi lo consiguen, que por aquí ha pasado el cónsul de aquel país y cerca anduvieron de traer a alguna celebridad a sus mesas. En fin, los que sí nos reunimos somos los habituales con ganas de disfrutar.
Vinos australianos de bodegas de gran producción (Yellow Tail) al lado de otros menos conocidos o de prestigio pero menor difusión (Penfolds), cerveza Coopers, carnes de canguro, emú o camello... Con esto se tiene que montar la fiesta.
Un típico pastel de carne, con relleno especiado y sabroso, puré de patata y guisantes, abrió mesa esta vez. Bocado sencillo pero gustoso, que entra solo cuando está recién horneado. Los colores nacionales -amarillo y verde- acompañan en los manteles, cuelgan ramas de eucalipto de las paredes y hay pequeños coalas de peluche en cualquier esquina, entre otros adornos. Hemos venido a divertirnos.
Como plato principal escogí el cuello de emú guisado, algo casi obligatorio desde que participé en pequeña medida en la sugerencia de preparación, en aprovechar la gelatina y prepararlo al estilo del rabo de toro. Y así fue, con buen resultado. Me pareció una carne apetecible y con una consistencia grata, como me pasa con todas las de ese estilo.
Entre los distintos Penfolds "menores" que había para la ocasión me quedé con un monovarietal de shiraz porque me parece su uva fetiche y quería algo acorde con esa fiesta, más tipismo. Este Thomas Hyland 2010 se mostró tímido, tardaba en expresarse. Pero poco a poco, meneo a meneo de copa, fue desplegando especias, algo de pimienta, clavo; notas de cacao y presencia de la madera como con sordina, pero perceptible. No llegó a soltarse del todo a lo largo de la comida, quizá, pero fue un buen escudero ante las carnes.
Vinos australianos de bodegas de gran producción (Yellow Tail) al lado de otros menos conocidos o de prestigio pero menor difusión (Penfolds), cerveza Coopers, carnes de canguro, emú o camello... Con esto se tiene que montar la fiesta.
Un típico pastel de carne, con relleno especiado y sabroso, puré de patata y guisantes, abrió mesa esta vez. Bocado sencillo pero gustoso, que entra solo cuando está recién horneado. Los colores nacionales -amarillo y verde- acompañan en los manteles, cuelgan ramas de eucalipto de las paredes y hay pequeños coalas de peluche en cualquier esquina, entre otros adornos. Hemos venido a divertirnos.
Entre los distintos Penfolds "menores" que había para la ocasión me quedé con un monovarietal de shiraz porque me parece su uva fetiche y quería algo acorde con esa fiesta, más tipismo. Este Thomas Hyland 2010 se mostró tímido, tardaba en expresarse. Pero poco a poco, meneo a meneo de copa, fue desplegando especias, algo de pimienta, clavo; notas de cacao y presencia de la madera como con sordina, pero perceptible. No llegó a soltarse del todo a lo largo de la comida, quizá, pero fue un buen escudero ante las carnes.
De postre me sugirieron esta pequeña bomba golosa, una macedonia macerada con miel y muesli y rematada con una crema de vainilla. Muy dulce pero fácil de tomar por el frescor de la fruta, por sus destellos de acidez. Y todavía pude probar, a modo de petit four aunque nada pequeño, otro de los postres, un bizcocho con dátiles, mientras me tomaba una taza de té y repasaba mentalmente esa comida y otras de años anteriores.
No descubro nada nuevo, seré el enésimo que escribe que la felicidad está en pequeños detalles. Ese es el sabor de boca que me deja esta comida, mejor dicho, estas jornadas, el conjunto, todo lo que implican. Una suma de pequeños detalles entrañables, casi infantiles a veces, que agrupan recuerdos, anécdotas, que te acercan otra tierra y que intentan que te sientas bien al menos mientras estás en la mesa. Habrá a quien le parezca poco pero yo no creo que lo sea. Así que una vez más salí complacido de allí y pensé que volveré el próximo año, que me tomaré esa licencia frente a una propuesta exótica. ¿Exótica? No, los placeres de la mesa no lo son.