viernes, 28 de junio de 2013

Reconstrucción. Aproximación a la sidra asturiana

Viene bien este momento para recuperar otro de los artículos antes perdidos. Con la cosecha nueva ahí, con las notas sobre la presentación de parte de la misma en el texto anterior, volvemos a exponer estas reflexiones y a someterlas, si queréis, a debate.



Esta entrada será de mayor utilidad para los lectores no asturianos; a los de aquí o a los visitantes asiduos no hace falta que les cuente lo que voy a desarrollar en estas líneas, pero me parece bien hacerlo por los demás, como me parecerá bien el debate si alguien discrepa de mis opiniones.

1- Qué y por qué

Lo primero que debemos tener en cuenta es la definición de sidra, una de las principales bebidas fermentadas de nuestro entorno. Y lo único que hace falta saber es que es el resultado de la fermentación del zumo de manzana, así que desde ahora ya pido algo: desterrad la expresión “vino de manzana” y llamad a la sidra por su nombre. En el caso que nos ocupa, la asturiana, es de baja graduación, generalmente 6%. Esto tiene su importancia, como veremos luego.

Esta es una bebida que podemos encontrar en varios lugares del mundo, en tantos como cultiven manzana podrían hacerla. Pero yo me voy a centrar en Asturias por dos motivos principales, porque es mi entorno inmediato y lo que mejor conozco y porque en ningún otro sitio tiene la significación social que la sidra tiene aquí, afirmación que puede ser polémica pero que mantendré pese a quien pese.

Y aquí voy a introducir otra consideración personal que puede generar discordia. En mi opinión, la sidra se sostiene mucho más por razones antropológicas que gastronómicas o asimiladas. Es una bebida que ha evolucionado poco, donde no se han buscado apenas posibilidades distintas a las más tradicionales. Es una bebida relativamente simple en su expresión organoléptica. Es incluso una bebida de elaboración tosca. Y sin embargo es nuestra bebida por antonomasia, bebida social aunque también hay consumidores solitarios, asociada a todas nuestras fiestas populares. Cargada de ritos y reglas no escritas, capaz de pedir extraños comportamientos a sus consumidores que aceptamos sin rechistar.

Antes de seguir es bueno matizar que aquí, en Asturias, hay sobre todo tres grandes tipos de sidra. De menor a mayor impacto, tenemos la llamada de nueva expresión, sidra filtrada y pensada para consumo en mesa sin escanciado, poco afortunada en mi opinión. La espumosa, producto con potencial exportador del que elaboramos unos 35 millones de litros al año. Y por encima de todas, la sidra natural, que es a la que me refiero en este escrito, de la que hacemos 45 millones de litros al año y nos bebemos aquí mismo, en “su casa”, al menos 42. Está claro que, por muchos problemas o limitaciones que tenga, la sidra reina en su tierra.

2- Cómo y cuándo

Vamos a detallar algunos ritos peculiares de su consumo, lo que ahorrará más de un susto al visitante ocasional. Lo primero, el escanciado. En contra de lo que pueda parecer, no siempre se ha escanciado la sidra, y es posible encontrar algún bebedor que no lo hace, pero a la mayoría de las elaboraciones de los últimos años les viene bien esa apertura forzada de aromas, esa mezcla de materia viva y esa liberación de carbónico que provoca un buen escanciado. Hay que tener en cuenta que la sidra es quizá la bebida fermentada más “viva” que conocemos. En la botella siguen quedando lías activas y el carbónico es muy abundante; la sidra según se descorcha está un tanto cerrada. Como es bebida de consumo rápido, sólo el escanciado permite acelerar esas tres fases para que alcance su punto adecuado al momento. Y ese rito condiciona muchísimo a los establecimientos. Hace falta personal cualificado -el buen escanciado requiere mucha práctica- y un local especial, dado que se va a salpicar bastante (espacio para el servicio, materiales resistentes…).

Segundo aspecto que sorprende al no conocedor, 

la unidad de consumo. La sidra no se sirve por vasos, se consume por botellas completas.
Y no es raro que una persona sola consuma una botella, a pesar del carácter social de esta bebida, muy propicia para el consumo en grupo. ¿Están locos estos asturianos? Puede que un poco, no diría que no, pero si sumamos el bajo grado alcohólico, el tamaño de la botella (70 cl.) y que entre lo que se pierde al escanciar y un poco que se desecha al final del trago hay una merma perceptible de cantidad ingerida, no es tan salvaje la práctica, podéis estar tranquilos.

Es momento de hablar del ritmo de consumo. Pedida una sidra, es decir, una botella, te la abrirán y servirán un vaso a cada comensal, aunque jamás se oirá la palabra vaso sino culete o culín, ya que es eso lo que se sirve, una cantidad pequeña en el fondo del vaso, alto y ancho. A cambio, el bebedor lo ingerirá de un solo trago (¡cuidado!, hay riesgo de atragantarse si falta costumbre) y dejará una gota al final, que tirará al suelo por donde ha bebido. Habrá quien te diga que para limpiar el vaso, pero tiene más de gesto simbólico, para el que algunos buscarán la explicación en la devolución a la tierra de parte de sus frutos. Da igual, verás siempre este gesto entre bebedores de sidra. Eso sí: ya no va al suelo sin más, sino a escupideras dispuestas en la zona de consumo o a un canal que con frecuencia ciñe todo el contorno de la barra y que tiene desagüe. La costumbre actual marca sacar seis culetes de una botella de sidra. El tiempo entre cada uno es variable, y siempre se debe respetar la voluntad del consumidor, pero una botella habría de durarle a una persona tranquilamente cuarenta minutos o algo más, es decir, al menos, de cinco a siete minutos entre cada trago. Ritmos más acelerados que este y no pedidos por el cliente deben haceros desconfiar: os quieren forzar al consumo, además del impacto que tendrá tanto alcohol tomado tan rápido.


Se discute a veces sobre la competencia entre vino y sidra. Mi opinión es que, en Asturias, cada botella de sidra servida es cerveza no vendida; esta sería su competidora, no el vino. Y lo pienso así porque la función de ambas es parecidísima y un tanto diferente a la del vino. Es bebida informal, de consumo espontáneo, no necesariamente asociado a la comida y con predominio como aperitivo. Es muy fácil ver grupos de gente que toma unas botellas de sidra primero pero cuando pasa a comer opta por el vino. En otro lugar podéis sustituir sidra por cerveza y seguro que os sale un cuadro parecido.

3- Para qué

¿Para qué la sidra? Nunca hagáis esta pregunta a un asturiano sin estar antes seguros de que no le gusta. Y hay mucha gente aquí a la que no le gusta, porque el gusto es libre y por esas razones, pobres razones, gastronómicas y organolépticas que aporta nuestra bebida típica. Así que si hacéis cuentas de producción y consumo y si somos menos los bebedores entre los que hay que repartirla, veréis que son más bien razones antropológicas las que nos unen a la sidra casi como una relación de amor, de amor a una tierra a la que puedes querer de muchas maneras pero también así. Es nuestro producto, es conocido, entrañable, y es nuestro rito, nuestra fiesta. La queremos y la defendemos incluso con sus defectos.

En torno a la sidra se mueve una importante cantidad de actividad económica, directa e indirecta. Y eso a pesar de haber perdido parte de la industria asociada. Es el tercer subsector económico agrario, tras la leche y la carne. Sumemos botellas, corchos, maquinaria de elaboración, cajas de transporte, vasos, etc. Dése cualquiera una vuelta por poblaciones del centro y centro-oriente de Asturias y observe cuántos de los establecimientos hosteleros son sidrerías. ¿Para qué la sidra?

Y si dije más arriba que se apostó poco por innovar en este mundo, que la calidad tiene sus carencias, todo esto fue para conformarse con la cantidad, enorme cantidad, y a un precio modesto aunque casi fijo, indiferente a calidades. Así que, sabiendo elegir, ya que hay sidras mejores y peores, uno puede beber por un promedio de 2’40 euros una botella entera de una bebida natural, que le servirán con un protocolo especial, que contiene una magia y una alegría escondidas, propias de esta tierra, que es más melancólica que efusiva hasta que se arranca, por ejemplo, a cantar en torno a unos culetes. Pocas relaciones entre calidad y precio son tan favorables.

¿Para qué la sidra? También para discutir. Como bebida popular que es, cada asturiano cree llevar dentro un crítico al respecto, cree saber cuanto se puede saber sobre la sidra, en medio de leyendas y tópicos sin sentido. Por eso escribo también este post, para discutir. Porque sólo cuando aprecias de verdad a alguien o algo, cuando lo conoces bien, sólo entonces te animas a criticar a fondo lo que no te gusta. Y como a mí me gusta mucho esta bebida tan nuestra, aquí estoy con ganas de debatir lo que os apetezca. Podría extenderme mucho más, y lo haré sin duda en otras entregas, pero esto sirve como aproximación para los de aquí, para que me lleven la contraria, y para quien nos visite, por si le intriga esa extraña bebida envuelta en rituales.

Fulanito, echa otru culín. A vuestra salud.


miércoles, 19 de junio de 2013

Notas rápidas sobre la presentación de la cosecha 2012 de la DOP Sidra de Asturias


Ayer se presentó en el Centro Niemeyer, Avilés, la cosecha 2012 de las sidras acogidas a la DOP Sidra de Asturias. Esta Denominación ampara a varias sidras asturianas de tres tipos: naturales, filtradas (o de "nueva expresión") y espumosas, si bien son muchas más las sidras naturales que existen fuera de la D.O. En cualquier caso tiene importancia como escaparate del sector. Estas son unas breves notas sobre lo que tuve tiempo de probar por la tarde y de la impresión que me produjo.

Había diferencias entre las naturales en función, imagino, del tiempo que llevaban embotelladas, algunas demasiado tiernas aún, faltas de botella. Y alguna presentaba aromas no muy limpios, la verdad. En todo caso, en esta categoría sigo pensando que las cosas son más sencillas: hay sidras mejores y peores y se pueden mejorar a base de seleccionar la materia prima y cuidar más los detalles del proceso. ¿Supondría sacrificar cantidad? Seguramente no hay otra manera. Sigo viendo bastante camino por recorrer para diferenciar las naturales amparadas bajo marca de calidad de las que no lo están, aunque se haya empezado.

Sobre las filtradas también mantengo mi idea de que pueden ser alternativa en la hostelería, en especial, fuera de Asturias, pero me falta encontrar alguna capaz de emocionarme, de decirme tanto como las no filtradas o de darme algo diferente. Me parece que todavía no se ha encontrado un rumbo claro para ellas aunque se prestan a pruebas interesantes, como elaboraciones monovarietales.

Y en las espumosas es donde siempre he visto más opciones para hacer algo distinto, manejable en mesa (insisto, fuera de Asturias en especial) y exportable por tanto. Si es que hace falta exportar, que las cifras de la sidra son las que son. De hecho, es la espumosa la que siempre ha dominado ese terreno, la concebida para ello.

Otra opinión que suelo sostener y que he vuelto a confirmar es el potencial de las variedades amargas, tanto para un perfil organoléptico peculiar como para probar el aguante de la sidra por ese lado y menos por la acidez.

Mi relación con la sidra es casi carnal, es de amor, soy sidrero convicto y confeso; por eso quizá le exijo siempre lo máximo aunque a cambio le doy mi pasión. Entiéndase así cada nota crítica de las expuestas, desde el respeto a todos los elaboradores y al trabajo que la organización del acto de ayer desarrolló, que no fue poco. 

En un entorno peculiar, nada tradicional, poco 

chigreru, entre muchos consumidores que se 
ayudaban con el jamón que estaban cortando en una esquina o con unos quesos asturianos que se ofrecían en la isla central -entre ellos, Rey Silo o Quesería de Onao-, iban y venían culetes de sidra o copas, ya que la nueva expresión o la espumosa piden ese otro trato.

Destaco El Santu por su toque amargoso, precisamente, y aún más en esa misma línea Molín del Mediu (algo que no me sorprende sabiendo quién la elabora). También Prau Monga pese a que estaba bastante cerrada. Un segundo pelotón lo formarían Flor de los Navalones, Ramos del Valle (hermana de "mi" Fran, casi mi sidra de cabecera), Solaya, Villacubera, Zapica y Zythos, todas satisfactorias aunque con menos brío. Me estoy refiriendo a las naturales, en los casos en que coincide la marca también para filtradas. Pero quizá en conjunto mi ganadora de la prueba de ayer sea Sopeña. Además, estuvo especialmente bien tratada. Hubo algún exceso de frío y no todos los escanciados eran igual de buenos, lo que pudo favorecer o perjudicar a alguna sidra en concreto.

De las filtradas llamaron mi atención también Villacubera, Zapica y Zythos pero un escalón por debajo de sus primas sin filtrar, sigue faltando ese plus. Entre estas destacó Pomarina, en mi opinión, y también Españar, ambas con un cuerpo algo más graso, más apropiado para suplir lo que se pierde en el filtrado.

Entre las espumosas me parece que recupera el pulso Poma Áurea, de la que me habían gustado sus primeras añadas y que luego había perdido carácter; vuelve a tener bastante que decir. También Emilio Martínez me gustó más que en las primeras pruebas que pude hacer, creo que mejora. 

Dejo un capítulo aparte para Tareco, formalmente sidra natural, en rama, sin filtrar, pero que tiene rasgos cualitativos que permiten sortear el escanciado sin mermar su valor, no necesita tanta oxigenación forzada, ni para liberar sus aromas buenos ni para librarse de alguno malo. Cuerpo, limpidez, lo necesario para defenderse en copa y con calma, en mesa, pero con toda la raza de la sidra natural. Tampoco me sorprende esto conociendo a quien está detrás. Y conste que es una sidra que ve la luz casi a la fuerza, ya que su producción va destinada mayoritariamente a los estupendos aguardientes que elaboran. Este sí me parece un camino por el que se puede seguir. 

En fin, aquí quedan estas impresiones rápidas. Ahora sólo hay una forma de contrastarlas: probar sidras, las diversas que tenemos en Asturias. Alguna habrá para el gusto de cada uno. O muchas.

Salud.


 



 

viernes, 14 de junio de 2013

Menú bistrot en Ca Suso



El pasado abril, y mientras escribía sobre otro local, cité varios a los que unía la premisa de seguir defendiendo la calidad y ese "algo más" en la cocina sin perder de vista los precios que la mayoría de la gente puede o está dispuesta a pagar ahora. Otro buen ejemplo de esa tendencia es Ca Suso, que ha ido añadiendo a su carta varios menús con precios ajustados. Por encima de este quedaría el Anova + y por debajo ofrecen su Menú del día, pero hoy voy a hablar del Menú Bistrot, a poner un ejemplo.

Ubicación envidiable, en el centro de Oviedo pero en un rincón tranquilo; sala acogedora, "para todos los públicos", y servicio amable, aunque aquí puedo valorarlo menos, no puedo aportar apenas datos objetivos, ya que conozco a la gente de la casa y me adelanto yo con alguna broma al protocolo de servicio que fuesen a emplear Iván o Vicente Feito.

La propuesta incluye tres primeros y tres segundos para elegir. Este día pedimos el carpaccio de magret de pato y la merluza. Un carpaccio debería ser sencillo y sin embargo se encuentran a veces ejemplos de mal uso de la materia prima para asustar. Este estaba muy bueno. Corte finísimo, consistencia exacta para que casi se deshaga pero pleno de sabor; bien tratado y 

acompañado. La merluza, pescado bastante castigado en la mayoría de las cocinas, venía juguetona en esta presentación: cazuela con un lecho de patatas suaves, esponjosas, y el pescado en un sabroso caldo. Al lado, una tosta de queso con piñones que hacía bocado ella sola, si la dejan. El comienzo era muy bueno. El comienzo formal, porque antes hubo aperitivo, charla, avance de nuevos proyectos (que se conocerán pronto), elección de vino... 

Los platos que habíamos escogido nos reclamaban cierto compromiso con la bebida y mi acompañante venía de una reciente decepción con las burbujas, así que la apuesta pasó por algo de casa y de confianza, uno de los nuevos vinos de Nicolás Marcos, de Cangas del Narcea, Las Yolas. Es un albillo caprichoso, casi accidental pero muy pensado, escogido a mano por dos Yolandas (de ahí su nombre) y mimado hasta que dejan la botella en nuestras manos. Sorprendente, franco pero profundo, graso, envolvente. Notas melosas, algún recuerdo de humo, pero mucha fruta, de hueso; flor blanca, sugerencia de infusión. Todo armónico aunque cada nota se muera de ganas de expresarse y se atropellen. Intenso, vivo. 

Para suplir a un producto previsto que no había, la 

fideuá cumplió con creces. Otra vez la misma prueba, cómo hacer bueno algo que de puro sencillo se maltrata muchas veces. Esa es la clave de las propuestas a las que me refería al principio. Hay que cocinar con un presupuesto más bajo para dar un precio más bajo, y muchos otros costes son difíciles de reducir, así que el esfuerzo se centra en el producto, en la forma de abaratar por ese lado sin perder calidad nutritiva ni sabor. Recursos existen, pero hay que saber (y querer) usarlos bien para que no caer en la cuneta de una cocina vulgar. Cuestión de talento y de oficio.

Por mi parte escogí la carne gobernada, receta tradicional, inmediata. Riquísima, todo en su punto y todo sabroso. Incido en lo mismo, alguien podrá decir: ¿qué tiene eso de complicado?, y yo le preguntaré cuántas encuentra buenas de verdad por ahí. La cocina tradicional, como varias veces hemos dicho, ha sido maltratada hasta el extremo. Quizá ahora a alguno lo ahorquen a la fuerza y tenga que recuperar lo abandonado, pero quien no le ha vuelto la espalda puede decirlo con orgullo.

Disfrutamos de la comida, del vino y de la conversación. Disfrutamos además porque un servicio de sala muy bueno lo hizo posible, sin intromisión, con el ritmo adecuado de atención, asistencia, retirada de platos, etc. Con flexibilidad "invisible" para adaptarse a los deseos de los comensales. Gracias.

Los postres serían bien distintos. Un clásico de queso y dulce, sí, pero de Rey Silo y dulce de manzana casero. Tanto que es la generación anterior de la familia la que hace esta aportación al restaurante, ahí queda. Del queso no diré nada más, porque muchas veces he elogiado en público la que considero más acertada recuperación del afuega'l pitu. Y por el dulce, sólo dar las gracias a mamá con una sonrisa. 

Para mí, que ya iba lleno, escogí algo más fresco, más 

ligero, un postre a base de melón, "casi un Gin Melon", lo describió Vicente Feito. Sopa fría, una especie de bizcocho de base, helado, aromas intensos para reforzar... Fresco, sí, pero ligero sólo a medias, que las apariencias engañan. Un señor postre, con mucho que decir, nada de "sólo fruta". 

Pues todo esto es lo que se puede encontrar en el Menú Bistrot de Ca Suso. Todo lo descrito y visible y lo demás, lo que se disfruta y no se ve, la idea, el cuidado puesto al elegirlo y elaborarlo, la atención, el servicio. 

Me alegra volver a veros y veros en forma, como siempre, amigos. Ánimo y suerte con vuestro nuevo proyecto y con otras novedades personales en ciernes. Y me alegra que Adrián Mancheño se integre cada vez más en la casa... por interés de mi paladar. Bromas aparte, una grata experiencia, aunque estaba seguro de que sería así. No en vano empezó ahí mi "cumpleaños gitano".



jueves, 13 de junio de 2013

Reconstrucción. Curso de verano

Otro artículo de la serie de recuperados, este, sólo a título de archivo. Dado que fuera de su momento y su contexto pierde casi todo sentido salvo el recuerdo, será una entrada con escasas horas de protagonismo. Hará un paréntesis hasta que mañana, antes de partir hacia algo grande para los que compartimos estas aficiones, deje una entrada de contenido actual.


Las cocinas y los alimentos: gastronomía, ocio y representaciones.

La semana pasada la dediqué a asistir a un curso de verano de la Universidad de Oviedo. Sí, una de esas  actividades que, a estas alturas de mi vida y con mi trayectoria académica ya cerrada, uno no sabe para qué va a servirle. Pues con las dudas que pueda suscitar, este curso fue de los pocos que reunió suficiente número de matriculados para celebrarse. Desconozco las motivaciones de cada cual para escogerlo pero las mías fueron la pura afición y el interés por los contenidos del mismo.

Y así, durante cinco días, escuché en Pola de Laviana a diferentes especialistas, ya que era un curso organizado desde una perspectiva multidisciplinar, y hubo oportunidad de abordar aspectos históricos y sociológicos de varios temas. Desde el concepto de comensalidad se abordó la historia y la historiografía del hecho gastronómico, el origen de los restaurantes, la modernización de las cocinas (entiéndase instalaciones), los recetarios, hostelería y turismo o la publicidad de los alimentos. Hubo un espacio para la técnica, para visitar el LILA (Laboratorio Interprofesional Lechero y Agroalimentario de Asturias) y conocer su trabajo. Tuvieron su sesión los alimentos tradicionales asturianos, su recuperación y la asociación asturiana de Slow Food.

También se habló de política y economía, de cómo se organiza y dirige la alimentación desde los distintos poderes y de cómo lo práctico se entrelaza con algo cultural que va más allá. En este punto, antes de presentar su ponencia sobre los comedores y economatos de empresa, tan trascendentes en la Asturias minera, Jorge Muñiz tuvo un oportuno recuerdo, una dedicatoria a esa minería en lucha, algo presente e inevitable en el valle en el que estábamos. Nuestra tierra está condicionada y marcada por esa actividad.
Protagonismo para la sidra en varias sesiones, que no en vano uno de los directores, Luis Benito García Álvarez, es especialista en ella y le dedica buena parte de su actividad investigadora. Su historia, evolución y perspectivas, y un capítulo propio para la espicha como rito, se completaron con el detallado repaso al sector sidrero y sus planes inmediatos a cargo de José María Osoro, muchos años vinculado profesionalmente y en distintas facetas al mismo.

Hubo tiempo para la proyección de Vatel, de R. Joffé, como lo hubo para repasar las representaciones artísticas de lo gastronómico a lo largo de la historia. También para el enfoque desde la biología, diversidad de alimentos, la dieta, la higiene alimentaria.

De los referidos recetarios, de su aparición e importancia, se encargó Eduardo Méndez Riestra, como de los alimentos tradicionales había hablado Lluis Nel Estrada o como Miguel Loya aportó el punto de vista práctico del trabajo de un restaurante, aunque se apoyara en el pretexto de nuestros pescados como producto. Por cierto, fue el ponente que más participación del público “arrancó”. Os cito estos nombres porque os pueden ser más familiares como aficionados a la gastronomía.

Me dejo en el tintero el último día, que tuve que perderme por acumulación de tareas, porque me esperaba otra visita interesante para nuestras aficiones comunes. Siento esa ausencia porque estoy seguro de que también fueron amenas y ricas las exposiciones de esa jornada.

En fin, ya veis que a veces estos eventos de los que no se espera mucho vienen cargados de contenidos apreciables. Yo desde luego le he sacado provecho y parte del mismo se reflejará en próximas entradas.


jueves, 6 de junio de 2013

Girona dio para más. Plaça del Vi, 7 y alguna copa.


Después de la rotunda experiencia del Celler de Can Roca nos quedaban unas horas que queríamos aprovechar bien. Para la noche ya teníamos atado el plan y la lluvia nos aguó -que es lo suyo- el tiempo que tendría que haber sido de paseo; lo siento por mis compañeros que no conocían la ciudad, queda pendiente. Así que unos cafés después nos dirigimos a Plaça del Vi, 7, local céntrico, desenfadado, donde tienes unas cuantas tapas agradables y, sobre todo, vino, mucho vino. Como la plaza en la que está. ¿Cómo no va a gustarme una ciudad cuyo centro histórico es la plaza del vino? Es para mí.

Hasta este local me atrajo lo que Joan Gómez Pallarès escribió sobre él, ratificado luego por otros compañeros de redes varias. Había que curiosear allí. Nos recomendaron cuánto pedir en función del tamaño de las tapas pero una vez más se probó que los asturianos somos unos fartones: pedimos bastante más de lo aconsejado. Y no porque viniésemos con hambre, precisamente.

Diversas ensaladas, embutidos, quesos, croquetas, revuelto... Lo previsible en un local de ese estilo pero con cierto toque personal, con alguna seña de identidad propia. La verdad es que probamos la mayoría y casi todo nos gustó. Un poco más flojos los embutidos, extraña para nosotros la forma de salsear las bravas -de las que repetimos, no obstante-, pero quedamos a gusto. Después de lo del mediodía buscamos más bien vinos frescos, ligeros, y los encontramos dentro de su variada carta. No hubo tiempo de preguntar por alguna cosa más que puedan tener fuera de la misma pero aquella lista demostraba inquietud, que es mucho.

Tanto el Humilitat 2011 como el Domaine Gramenon 

Poignée de raisins 2010 encajaban en ese perfil, que la fatiga de la jornada no daba para más vueltas. Un Priorat que busca la inmediatez, ágil, fresco; y una garnacha del Ródano que era un tumulto de fruta, fragante. Duraron poco, claro.

Total, que varias tapas después, con especial interés por una comparativa de quesos franceses y catalanes emparejados por tipos semejantes, un par de postres y un vino dulce (más flojo, además del cansancio y de que a mí me gusten menos) salimos de allí entre agradecimientos de la gente de la casa, no sé si por comer tanto o por la curiosidad. Muy buen ambiente, me gustó este sitio.


La lluvia, la misma que nos había estropeado la tarde, se había ido a dormir, por lo visto. La mitad de la expedición también seguía ese mismo camino, demasiado cansados. Pero otro digno finalista de varias noches de farra y el que suscribe no tenían intención de acabar todavía, así que cumplí mis augurios al menos con uno de los amigos y, como había pronosticado antes, al pasar por delante en el paseo que casi no fue, entramos en El Cercle. De acuerdo, jugaba con ventaja, ya lo conocía, pero también nos lo recomendaron después de cenar en el local anterior.

Eso fue lo fácil, casi costó más trabajo salir. Una ronda, otra, a otra nos invitan... Nos gusta la música y hasta nos atienden peticiones, como para irse. Aparte de un exceso de fotos malas y que nos dejarían en mal lugar, que espero estén borradas a estas alturas, hay que agradecer la simpatía de las camareras y su paciencia. En fin, creo que no lo hicimos mal, nos reímos lo nuestro sin molestar demasiado, así que todos contentos. Pero todo tiene un final y el de este día llegaba ya, era el momento justo de retirarse con el mejor sabor de boca y recordarlo en nuestros sueños, que tendrían que ser dulces forzosamente, no había sido para menos.

Dormimos pocas horas pero eso no importaba, ya habría tiempo. Desayuno sobre la marcha, frente a la estación. Adiós, Girona, hasta la vista. Desandamos el camino, ahora que ya nos lo sabemos; espera larga en el aeropuerto, retraso en la salida y hasta un viento que nos empuja hacia el mar a la vuelta, que obliga al avión a maniobrar para aterrizar como si jugara al despiste. ¿Será que nos cuesta volver? Un poco, sí.